Muy queridos hermanos en el Señor:
Durante este tiempo de Adviento nos hemos estado preparando para una llegada importantísima. Cuando uno espera a alguien importante prepara todo para este gran recibimiento. Nosotros sabíamos que venía el salvador del mundo, aquel para quien había sido creado todo, Jesucristo nuestro Rey y Señor. Por ello era necesario preparar el lugar donde él viene a habitar, nuestro corazón.
Hoy ha sucedido en un pueblecito pequeño un hecho inaudito, extraordinario que ha cambiado la historia de la humanidad, la naturaleza humana. Dios se ha hecho hombre en Jesús, se ha hecho uno como nosotros, de carne y hueso, hablando nuestro propio idioma y nuestro propio lenguaje. Dios se ha hecho cercano a nosotros, es el Dios con nosotros, no ha querido quedarse con los brazos cruzados ante la situación de oscuridad en la que el mundo se encontraba. Él quería que todos los hombres se salvasen y llegasen al conocimiento de la verdad y para ello ha querido intervenir en la historia.
Hoy en la ciudad de Belén nos ha nacido el Salvador del mundo. Aquello que las profecías anunciabas se ha hecho realidad en Jesucristo. El Ángel nos recuerda hoy: “No temáis, porque os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo, hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.
El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz, la luz de Jesucristo que viene a alumbrar al mundo marcado por la oscuridad, por el pecado. Nosotros hemos sido rescatados de esta situación de oscuridad. Jesús ha venido para entrar e intervenir en lo más profundo de nuestro corazón, redimiendo toda nuestra persona, hasta aquello que pensamos que Cristo no puede redimir, hasta en lo más profundo de nuestras personas ahí está Dios naciendo. Jesús ha redimido todo aquello que ha asumido. El sufrimiento, el dolor, la tristeza, la enfermedad, el pecado, todo lo ha hecho nuevo y ha sido transformado por Jesucristo hecho niño.
Para esto Jesús se ha hecho historia, se ha hecho niño con los mismos cuidados que un niño requiere. Ha querido dar al hombre esa felicidad que tanto anhelaba, que tanto ansiaba. Ha querido darle un camino nuevo que lleva a la salvación y a la redención. Este camino nuevo es la vida del Evangelio, una vida nueva distinta a la que el mundo puede ofrecernos. Este es el evangelio que satisface el corazón del hombre, que le da libertad y que le hace feliz realmente. Este es el gran misterio de la navidad. Esto es lo bonito de la navidad, la verdadera navidad, que Dios ha nacido y nos trae la salvación, la buena noticia, el camino nuevo que hace de nosotros personas nuevas.
No nos dejemos llevar queridos hermanos por los criterios del mundo presente sino por los criterios del mismo Jesús. No nos dejemos llevar por la navidad que el mundo nos presenta. Una navidad marcada por el consumismo, hoy se confunde la navidad con las compras de navidad, las luces, los regalos, las reuniones familiares. Todas estas cosas externas deben de ser debida a algo interno. Si hoy adornamos las casas, nos juntamos con la familia es porque Cristo ha nacido y se ha hecho niño por nosotros. Esa alegría que experimentamos la manifestamos en los decorativos externos. Que tampoco suceda en nosotros lo que nos dice el Evangelio de San Juan: Que Jesús vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.
Cuanta gente en el mundo no cree en Jesús, cuanta gente pone impedimentos para que Jesús sea Rey de Reyes y Señor de Señores. Muchos que opinan que Jesús viene a coartar la libertad de la persona, que es un cuento. No puede ocurrir esto en nosotros. Jesús vino a nosotros y nosotros tenemos que acogerlo en el corazón. No le acogemos cuando ponemos nuestras esperanzas, nuestros criterios en las cosas superfluas, las del mundo. Así no le recibiremos en nuestra casa. Este mismo hecho ocurrió en Belén, no había sitio para él en ninguna posada. No le acogemos cuando nuestra navidad es como la navidad del mundo, la que está marcada por el consumismo.
Hoy es un día de alegría, de fiesta porque la Palabra de Dios se ha hecho carne y ha puesto su morada en nosotros, ha habitado en medio de nosotros, de nuestra debilidad, de nuestra fragilidad. Él habita en nuestros acontecimientos, en nuestras situaciones, en nuestros sufrimientos, en nuestros dolores. Él está ahí.
Acojámosle con un corazón humilde y sencillo como los pastores le acogieron. Reconociendo en él al único que puede traer aquello que el corazón desea y anhela, la salvación y la vida nueva. Agradezcámosle todo lo que ha hecho con nosotros y todo lo que va a hacer. Entreguémosle nuestra vida y abracemos esta nueva vida que él nos ofrece y nos regala.
Dice Benedicto XVI: Si creemos que ese niño es Dios entraremos en el comienzo de una nueva forma de vivir, en una nueva humanidad.
Nosotros hemos descubierto esta gran alegría y queremos que otros también la conozcan. ¡Muéstrala al mundo! ¡Feliz Navidad!